La amnistía fiscal

Dicen que, a la amnistía fiscal de 2012, se acogieron unos treinta mil contribuyentes. Treinta mil defraudadores intentando escaparse del peso de la Ley son muchos defraudadores. Si los trajéramos a Gijón llenaríamos el Molinón con ellos.

Ahora bien, si pensamos que en 2011 se presentaron diecinueve millones y medo de  declaraciones, lo que da una medida del número de interlocutores a que se enfrenta la Agencia Tributaria, el que haya treinta mil arrepentidos no parece un porcentaje muy alto.

Pero claro, no nos engañemos, la proporción de infractores es exponencialmente mayor entre la gente con rentas altas que entre la gente con rentas medias o bajas.

Es decir, si pensamos que un 90 % de las declaraciones estuvieron por debajo de la pensión máxima de jubilación, lo más probable es que,  los treinta mil de marras, hayan salido desde  dentro del 10 % restante.

A mí, que soy el que se ha metido solo en estos cálculos, ya se me ocurren dos grandes razones para ponerlos en duda. Ambas razones tienen que ver con el perfil del defraudador. Veamos la primera:

Pensemos que hay un club de alterne a las afueras de tu pueblo y que el Ayuntamiento coloca este aviso en el tablón de anuncios: “Todos aquellos vecinos que hayan padecido molestias gástricas por la ingesta de bebidas en mal estado en el Club El Paraíso, pueden presentar sus reclamaciones a través de este Ayuntamiento. Máxima discreción”

Evidentemente, solo presentarán quejas  por esa vía: a) los pardillos inocentes incapaces de prever que, al día siguiente, todo dios, incluidas sus esposas, van a saber que frecuentan el puticlub  o b) alguien que haya quedado con la salud tan quebrantada que su miedo a morir sea mayor que el miedo a la parienta.

Como lo de la amnistía fiscal es algo parecido – como ya estamos viendo – en eso de la discreción y el anonimato, yo me imagino que los treinta mil son solo una pequeña parte de todos aquellos que tienen escondidas perras por esos mundos de dios. Es decir, el Molinón quedaría,  más que corto, cortísimo.

La otra razón que impide hacer buenos cálculos comparativos tomando las declaraciones de Renta como referente, o la propia amnistía fiscal,  es que, los más sinvergüenzas, los que han construido sus fortunas practicando  los delitos más graves, presentan habitualmente declaraciones tributarias de lo más modesto.

Como este post tiene que tener una conclusión, vamos a ella:

Treinta mil tramposos  son solo la punta del iceberg. Ni los grandes delincuentes ni las grandes fortunas familiares habrán caído en la trampa de acogerse a la amnistía fiscal. Los efectos prácticos de la supuesta regularización propiciada por el PP son ridículos para el cristo que se ha montado: son una camada de incompetentes.

 

Qué mal rato, Rato.

Esa noche me costó conciliar el sueño. A veces me inquieta el palpitar de mis orejas, mientras el corazón se manifiesta golpeando la almohada insistentemente. Esa noche no fue así, todo mi ser se había recluido en el cuello. Todo yo era un cuello sujeto por la mano firme de un gendarme que me humillaba, agachándome, como si esperara de mí servicios inconfesables.

No lo pude remediar y me solidaricé con Rato: es muy duro el pertenecer a una familia de rancio abolengo, de esas que, por centurias, se transmiten el poder y la riqueza y que, de repente, te empujen dentro de un coche policial como si fueras un vulgar manifestante anti-desahucios.

Como todos sabemos, la riqueza y el poder no viajan en el tiempo sin sobresaltos. Hay revoluciones con sus guillotinas, asonadas militares y un sinfín de contratiempos de los que hay que protegerse. El dicho popular de que no hay que poner todos los huevos en la misma cesta ha de ser traducido aquí por no tener todos tus tesoros en la misma isla, o todas tus cuentas bancarias en el mismo país, o todas las perras al alcance de un solo Ministerio de Hacienda.

Rato y su gente, sus hermanos, primos y demás familia, al igual que muchos otros de esos apellidos que inundan los Consejos de Administración de nuestros bancos, eléctricas y petroleras, no han sido nunca tan incautos, ni tan imprudentes, como para que un corralito, o una expropiación, o un incremento sustancial de los impuestos, les mengüe su patrimonio y les apee del poder que llevan impreso en los genes: tienen los huevos repartidos en diferentes canastas (en México usan mucho este dicho y allí les va más canasta que cesto) y eso es así, y seguirá siéndolo por mucho tiempo.

Por eso Rato, que en lo personal me había venido cayendo casi bien, está siendo una víctima propiciatoria de los tejemanejes de un PP descalabrado al que no le importa inmolar a cualquier virgen (lo de Rato como virgen es un poco fuerte, lo sé) con tal de contentar a Doña Urna, la diosa de las papeletas.

Rato es, pues, un desgraciado al que le han llegado los disparos desde distintos frentes: confió, como confiaba media España en el verano de 2011 que, limpios como estábamos de las hipotecas basura americanas, los poderes financieros centroeuropeos – que si habían sido pillados fuertemente – nos darían algunos años para desinflar pausadamente y sin estridencias la burbuja inmobiliaria; picó, pues,  como un pinín,  capitaneando la salida de Bankia a Bolsa, se pringó con toda la mierda de Blesa, porque la vanidad no le permitió descubrir lo evidente,  y… además, resultó que quiso poner orden en las cuentas internacionales de su augusta familia… ¿pero a ti quien te aconsejó, macho?

Voy a explicarme un poco mejor, que a estas alturas del post alguno habrá que se crea que yo también tengo una cuenta en Suiza. Nada de eso. Lo que digo, y no para justificarlo, si no para constatarlo, es que las inmensas fortunas que preservan por siglos algunas familias están repartidas por esos mundos de dios, a salvo de vaivenes y coyunturas, que no es cosa de que les meta mano cualquier politicucho con coleta, y que enredar con ello al socaire de una amnistía fiscal es cosa de pardillos. De ahí que le tenga a Rato una cierta conmiseración.

Por eso yo pediría desde aquí a la persona desconocida que recogió un par de cojines viejos al lado de un contenedor de Cáritas, que los devuelva: Los camastros en Soto del Real son muy duros.