En el día de la mujer trabajadora

Muchos de nosotros, o al menos todos aquellos a los que yo conozco bien, veneran a sus madres, aman y respetan a sus esposas y darían la vida por sus hijas.

Sin embargo, es un hecho incuestionable que hay hombres que asesinan y maltratan a las mujeres.

¿Será simplemente porque nosotros, mis amigos, somos machos satisfechos, que controlamos mejor nuestros instintos y/o nuestras parejas nos lo ponen más fácil?

¿En qué momento una esposa, en principio aparentemente amada, pasa a ser una mujer maltratada que puede terminar cruelmente asesinada? ¿Por qué nuestras hijas corren permanentemente el riesgo de ser víctimas de acoso sexual?

¿Cuándo y porqué uno de nosotros se convierte en un ser despreciable?

Yo no quiero aceptar que el hombre, por el simple hecho de serlo, sea ya un ser malvado, pero tengo que asumir, porque es un hecho contrastado, que somos los hombres los que controlamos instituciones en los que se discrimina a las mujeres.

Pensemos en las principales religiones monoteistas. Todas tienen en su raíz el pensamiento común de que la mujer es la culpable de su atractivo sexual. El sexo es pecaminoso y la mujer es el detonante de ese pecado. Eso lleva a que haya que taparla, esconderla, limitarla en sus movimientos y, cuando la necesitamos como madre de un dios sin pecado, hace falta un milagro porque ha de ser virgen.

Ese pensamiento profundo, animal, más propio del semental que quiere asegurar la pervivencia de sus genes en una manada, que se pelea con los otros machos en edad de procrear, y que domina y doblega a las hembras culpables, pervive, disfrazado de argumentos filosóficos, en varias de nuestras instituciones.

Yo no tengo ni una sola respuesta buena y si muchos interrogantes. Humildemente me limitaré a aplaudir el trabajo inmenso de muchas feministas.