El PSOE es el partido político que más fácil tiene el decidir qué hacer. Si sus dirigentes tienen tan claro como yo, y doy por supuesto que incluso más, los principios que hay que defender, las marrullerías de Rajoy o Iglesias no les habrían de apartar ni un ápice de su camino. Enfadarles si, por supuesto, porque el juego sucio siempre disgusta, pero nada que suponga despiste o tribulación.
En que me baso:
Hablemos de Podemos: Un gobierno de coalición con Podemos es un imposible. Imposible, por inaceptable. El desdén y las sonrisitas de los podemistas en la rueda de prensa posterior a su reunión con el Rey demostraba que lo que estaban tendiendo al PSOE no era un puente si no una trampa. No quieren coaligarse, confían en pasar a ser el primer partido de la izquierda en unas nuevas elecciones a celebrar en 2016.
Porque, vamos a ver: ¿Quién es capaz de imaginar como posible un gobierno en el que algunos socios vayan por libre, se dediquen a la política de hechos consumados anunciando sin previo acuerdo lo que les venga en gana y, si el otro socio propone algo que no les guste, se saquen de la manga una asamblea de las bases para tumbarlo?
Luego, respecto de Podemos la decisión es muy fácil: ¡NO!
Hablemos del PP: Si el PSOE tolerase que se repitiese un gobierno del PP, por muchas concesiones que se arrancaran a la derecha, a los cuatro años de penoso continuismo – con un partido al frente metastaseado de corrupción – habría de sumarse un resultado electoral futuro inevitable para el PSOE: su muerte por suicidio.
Luego, respecto del PP la decisión es también muy fácil: ¡NO!
Y, dado que no hay aritmética posible para componer mayorías que no fuera contando con el PP o con Podemos, lo que queda por hacer pasa a ser muy sencillo, por evidente y único posible:
El PSOE tiene que presentar la candidatura de Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno en la primera oportunidad que se le presente, tanto si Rajoy renuncia a ello como si no.
El PSOE, con Pedro Sánchez al frente, orgulloso de los 135 años de historia que lleva a las espaldas, tiene que presentar un plan de gobierno detallado, libre de generalidades, con las decenas o cientos de páginas que hagan falta, para que todos los ciudadanos conozcamos que es lo que quiere hacer el PSOE si llega al Gobierno.
Al PSOE, con Pedro Sánchez al frente, no le queda otra que preguntar si hay en el parlamento alguien más que quiera sumarse a su programa, aportando más ideas, enriqueciéndolo y mejorándolo, y si hay ese alguien, que lo haga, pero bajo la condición innegociable de que la ejecución de ese programa tendrá que ser hecha por un gobierno nombrado por Pedro Sánchez. Ello no está reñido con que, el susodicho gobierno, incorpore a determinadas figuras que sin pertenecer a otros partidos hayan podido ser consensuadas con éstos.
Si al final el PSOE no recibe ningún apoyo, o los que reciba no son suficientes, habrá que ir a nuevas elecciones con la conciencia muy tranquila. Todos los ciudadanos sabremos muy bien de que pie cojea cada uno.
¿Qué puede pasar de tener que celebrarse otras elecciones en el 2016?
¡No tengo la más remota idea!
Igual se refuerza la posición del PP, o la de Podemos, o la de Ciudadanos, o la del PSOE… y todo se simplifica… o se complica aún más.
¡QUE SE YO!
Lo único que tengo claro es que el PSOE no puede tirar por la borda el patrimonio ideológico que han defendido, por más de un siglo, innumerables militantes.
Por eso, unas nuevas elecciones, cuatro años, no son nada. Ciudadanos, como UCD lo fue en su día, son aves de paso y Podemos, aunque haya construido un discurso muy atractivo, no es más que una agrupación coyuntural de intereses.
Por más que el bipartidismo haya sido el enemigo a batir, y que la derecha y la izquierda no existan para algunos, el hecho cierto es que hay una componente sociológica en todo esto a la que no se le puede dar la espalda:
En España hay muchos votantes de mentalidad conservadora, liberales en lo económico y católicos de confesión, votantes que nos merecen todo el respeto democrático. El problema está en que, en su representación, se ha colado lo más granado del tardo franquismo sin renunciar a ninguno de sus malos vicios, corrupción incluida.
Es decir, el grupo social – la derecha – seguirá existiendo y votará a UCD, a AP, al PP o a Ciudadanos, en función de las tácticas que vayan desarrollando las distintas formaciones políticas para catequizarles y alcanzar el poder.
El otro gran bloque sociológico está a la izquierda, espacio en el que solo el PSOE ha mantenido su posición por más de un siglo. Soportó la escisión, allá por 1917, de los que atendieron a los cantos de sirena del leninismo y fundaron el Partido Comunista y, los que se quedaron, siguieron al pie del cañón contra el viento de la clandestinidad o la marea del asesinato y la prisión. Y es de su mano de quienes nos han llegado los más importantes avances sociales de que goza este país.
Sobre lo que dio de sí el comunismo no merece mucho la pena extenderse. Tiene muchas dificultades para adaptarse al juego democrático por culpa de que sienten sus verdades tan incuestionables, como cualquier fanático religioso, que propenden hacia el autoritarismo a poco que te descuides. Juegan a esconderse detrás de diferentes siglas, fingen ser lo que no son para arañar votos, pero terminan siendo como el escorpión del cuento que picó a la rana que le ayudaba a cruzar el rio, ahogándose los dos.
Por todo eso, para mí, que no soy militante, ni puedo presumir de ninguna hazaña antifascista, el PSOE es mucho más que las personas que lo forman en un momento histórico dado. Los que lo dirigen hoy no son para echar cohetes, aun así confío en que sepan estar en su sitio, preservando sus principios, en beneficio de todos los españoles, incluso en favor de aquellos que les han dado la espalda.
¡Volverán!