LA DERECHA NO EXISTE

He escuchado afirmaciones como ésta de personas a quienes aprecio por su honestidad intelectual. Para ellos no existe la derecha ni tampoco la izquierda. Todo es un debate del pasado. Lo que hay ahora es una casta política, que sólo se preocupa de sí misma, frente a la inmensa  mayoría de la ciudadanía que se siente desamparada.

A la desafección ya le dediqué algunas reflexiones. Yo creo en la izquierda, en una determinada izquierda y veo, con disgusto, como deja escapar muchas oportunidades que la vayan alejando del descalabro final: de la gran victoria de los descontentos en las urnas, lo que le regalará de nuevo el gobierno a la derecha.

No me gustas las sonrisas triunfalistas en los mítines en los que se cantan los disparates de la derecha, a los que sólo asisten los que ya están convencidos,  como si con eso bastara. Lo que le sobra a la cínica artillería de la derecha son disparates de la izquierda que traer a colación, para equilibrar la balanza,  aunque haya que remontarse a la revolución bolchevique.

La gente, la buena gente, la que sumará los millones de votos que hacen falta para una victoria electoral, está asustada. Está asustada y busca ansiosa una salida a esta situación tan dura. Y, ahora, con el respaldo internacional de quienes defienden los mismos intereses que nuestra  derecha, España  aparenta estar en la senda que la saque de la crisis.

Ya se empieza a oír por ahí que “parece que algo se mueve”. Los que han conseguido mantener empleos razonables se pueden atrever a empezar a gastar. Salir de la hibernación económica en la que han estado escondidos y acongojados los últimos años. Y, considerando los sueldos de miseria que ahora se pagan, crear algo de empleo para  mejorar las estadísticas no será muy difícil.

Viendo  a la Fátima Báñez o al de Guindos. Al Montoro o a la Mato y, sobre todo, al sieso de Rajoy, cualquiera que pueda pensar sin agobio, sin miedo, llegará a la conclusión de que esta panda de inútiles no es capaz de hacer nada “a derechas”, valga la aparente contradicción.

 Que su misión en esta vida es llevar a cabo, con los discursos tradicionales de la derecha,  todo aquello  que les venga bien a “unos pocos”,  aunque ello suponga hundir en la miseria a gran parte de la población.

Y por eso, sin desgastarme de nuevo en insistir en las medidas  que la izquierda habría de aplicarse a sí misma para salir del pasmo, voy a dedicar los últimos párrafos a defender mi profunda convicción de que la derecha SI existe.

Nuestra  derecha, la derecha en la que yo creo, viene de antiguo y hunde sus profundas raíces en los privilegios de las nobles castas del pasado.  Me quedo ahí, en los aledaños de nuestra Edad Media, aunque el proceso haya sido el mismo, antes o después,  en muchas otras civilizaciones: Privilegios para los poderosos, por la gracia de dios, y miseria para la plebe.

Qué duda cabe de que se han subido al carro muchos oportunistas. Gente que es de derechas por las ventajas que ello comporta. También algún que otro despistado de buena fe, pero la derecha esencial, la que nos conviene desenmascarar, no ha cambiado sus tics en siglos.

La derecha es arrogante y prepotente. Sus vástagos han crecido en la convicción de ser mejores, de estar más preparados. En la España de unos pocos decenios atrás, sólo algunas familias educaban a sus hijos en la Universidad o en el extranjero. Esa suficiencia, ese complejo de superioridad, respaldado por un poder religioso avaricioso  y nada evangélico, ha servido para que la derecha se crea la única capacitada para dirigir el país.

La derecha que, como digo,  cuenta con el apoyo inestimable de la jerarquía eclesiástica a la hora de defender sus privilegios,  es esencialmente anti demócrata. Comparte con la cúpula de la Iglesia el autoritarismo, la homofobia y la falta de respeto por  la mujer.

La derecha tiene su propia línea roja. Hay cuotas de poder a las que no quiere renunciar. Los elegidos, los que están arriba, deben de seguir arriba y nada que lo perturbe será aceptado. Tolerarán que alguien se les acerque. Consentirán que haya más mendigos disfrutando de las migajas de su banquete, pero SU línea roja es infranqueable y estarán dispuestos a todo para defenderla.

Y cuando digo todo no excluyo la violencia, con ejemplos no muy lejanos de nuestra historia, ni la propaganda mentirosa, la calumnia vil y la insidia miserable, como todavía nos están recordando los terribles sucesos del 11M y algún cardenal en retirada.

La parte buena de esta historia es que  la línea roja que la derecha utiliza para marcar el límite de sus privilegios, no es una línea inamovible. De forma lenta, pero inexorable, se ha venido desplazando a lo largo de los tiempos hacia la izquierda, siempre  contra la  voluntad del poderoso y  a costa de terribles sacrificios de la gente llana. A los periodos de avance le han seguido otros de retroceso, como el que ahora vivimos, pero a la larga el saldo neto termina siendo positivo.

Por eso creo que existen la derecha y la izquierda. Que no hay que ser pobre de solemnidad para ser de izquierdas ni venerar una escultura de Lenin en casa. Creo incluso que se puede compatibilizar el ser rico – no rico en cuantía obscena  e insolidaria – y ser de izquierdas. A mí me lo gustaría.

Así que, a alinearse. ¿Usted de que va? ¡Pues vote en consecuencia, coño!

En el día de la mujer trabajadora

Muchos de nosotros, o al menos todos aquellos a los que yo conozco bien, veneran a sus madres, aman y respetan a sus esposas y darían la vida por sus hijas.

Sin embargo, es un hecho incuestionable que hay hombres que asesinan y maltratan a las mujeres.

¿Será simplemente porque nosotros, mis amigos, somos machos satisfechos, que controlamos mejor nuestros instintos y/o nuestras parejas nos lo ponen más fácil?

¿En qué momento una esposa, en principio aparentemente amada, pasa a ser una mujer maltratada que puede terminar cruelmente asesinada? ¿Por qué nuestras hijas corren permanentemente el riesgo de ser víctimas de acoso sexual?

¿Cuándo y porqué uno de nosotros se convierte en un ser despreciable?

Yo no quiero aceptar que el hombre, por el simple hecho de serlo, sea ya un ser malvado, pero tengo que asumir, porque es un hecho contrastado, que somos los hombres los que controlamos instituciones en los que se discrimina a las mujeres.

Pensemos en las principales religiones monoteistas. Todas tienen en su raíz el pensamiento común de que la mujer es la culpable de su atractivo sexual. El sexo es pecaminoso y la mujer es el detonante de ese pecado. Eso lleva a que haya que taparla, esconderla, limitarla en sus movimientos y, cuando la necesitamos como madre de un dios sin pecado, hace falta un milagro porque ha de ser virgen.

Ese pensamiento profundo, animal, más propio del semental que quiere asegurar la pervivencia de sus genes en una manada, que se pelea con los otros machos en edad de procrear, y que domina y doblega a las hembras culpables, pervive, disfrazado de argumentos filosóficos, en varias de nuestras instituciones.

Yo no tengo ni una sola respuesta buena y si muchos interrogantes. Humildemente me limitaré a aplaudir el trabajo inmenso de muchas feministas.

Son cosas de papá

Una amiga nuestra, mujer casada y con hijos, sacaba dinero de los cajeros convencida de que “aquello” era una atención que los bancos tenían con su papá.

Nuestra amiga – falleció muy joven, pobrecita – era angelicalmente inocente. Hubiera declarado ante un tribunal que no sabía nada de nada de las finanzas de su familia y hubiera sido aquello la mayor de las verdades.

Lo que ocurre es que, gente como era nuestra amiga, no abunda. Es estadísticamente escasa. A ella, por un instintivo cálculo de probabilidades, no la hubiera creído nadie, salvo los que la conocíamos.

Tal parece que Rajoy, el fiscal Horrach y la Audiencia Provincial de Palma, sí conocían a la Infanta Cristina y sabían que era angelicalmente inocente: Que los millones de euros invertidos en el Palacete de Pedralbes, las vacaciones en Mallorca o el deporte de nieve en Suiza, y la vida de lujo que en general llevaba, viniesen, según ella creía, de la atención que ¡España! tenía con su papá, resultó perfectamente plausible para la Administración de Justicia.

Con la absolución a la infanta Cristina de complicidad con todos o parte de los delitos de su marido, y la escasa probabilidad estadística de que no tuviera puñetera idea de lo que estaba pasando en su casa, se dejó temblando el concepto de que la Justicia es igual para todos.

Pero hay otro bien que queda igualmente dañado: el papel de la mujer en el hogar. Bajo el pretexto de que cada cónyuge tenía en la casa común responsabilidades diferenciadas, o de que había cosas más interesantes de las que hablar, las señoras – de alto copete y receptoras de una educación de élite en su día – acaban dándonos la imagen de ser medio tontas del culo, o tontas del todo.

Disculpad si me disperso un poco, pero a veces la Justicia indaga en las motivaciones más profundas de las personas y se saca prevaricaciones de la puñeta (para los no enterados: adorno de puntilla que llevan los magistrados en la bocamanga) como en el caso de Garzón, y otras se acabalga en el “in dubio pro reo” para satisfacción (bien retribuida y por tanto cara) de algún abogado defensor.

En fin, a mí ya me queda poco tiempo (y dinero) para hacer muchas maldades fiscales y, de las antiguas (leves, levísimas, para lo que se oye por ahí) ya todo está prescrito. Eso sí, si hubieran llamado a mi cónyuge a capítulo me temo que hubiera terminado cantando porque lo sabía todo, todo, como la inmensa mayoría de las esposas.

Yo, con eso de ser financiera o fiscalmente malo, me pasa como a los ludópatas que piden que les impidan entrar en los casinos: Soy tan egoísta como el que más y me ha gustado ganar tanto dinero, con pocos impuestos, como he podido. Lo que pasa es que he votado siempre a los que podían proporcionarme una sociedad más justa. Es decir, no he votado a los que me podían dar si no a los que me podían quitar.

Por eso, mezclando churras con merinas, me repatean esos aristócratas faltosos e insaciables y me duele la izquierda, que mientras sigue discutiendo sobre el cómo, se les está escapando el qué.

Una oportunidad perdida para callarse

Ser o pensar en socialista está siendo una complicada opción para los tiempos que corren. Se le abren a uno las carnes viendo al Rafael Hernando sonreír feliz: hay quienes tienen un mal perder, pero los peores son los que tienen un ganar insoportable.

Y también es duro ser o pensar en socialista por lo poco que ayudan los que habrían de trabajar para aliviarlo: yo no sentí ninguna especial simpatía por Pedro Sánchez cuando salió elegido Secretario General del PSOE, me alinee con él, sin embargo, cuando se convirtió en la victima de las intrigas y de las maniobras arteras de varios barones, y he vuelto a caer en mi desencanto inicial cuando lo veo ahora caminar hacia planteamientos patéticos condenados al fracaso.

Oyéndole ahora contar lo que hubiera querido hacer, de no ser por la conspiración montada contra él, IBEX incluido; viéndole ahora extender la alfombra roja hacia los chicos de Podemos, enfangando aún más la situación en su partido y pretendiendo capitanear un cisma, empiezo a pensar que Sánchez está derrapando lastimosamente.

Ya lo escribí más de una vez: hubiera estado bien si hubiera salido adelante su primer intento de un gobierno transversal con Ciudadanos y Podemos. Parecía que era una obligación de quienes habían clamado por el cambio juntarse, de alguna manera, para conseguirlo, pero – y ya no tiene sentido buscar culpables – el proyecto no progresó.

Cuando se dan las segundas elecciones y el PP sale reforzado y la izquierda debilitada y, además, Ciudadanos coloca su memoria en blanco y le vende su SI a Rajoy, la batalla estaba ya perdida a mi juicio. Por un tiempo creí, inocentemente, que los envites del «No es No», formaban parte de una táctica de acoso orientada a obtener algún tipo de rédito político. Cuando quedó claro que detrás del «No es No» solo había el vacío, la abstención me pasó a parecer la fórmula menos dañina.

Por supuesto, comprendo y respeto a quienes han sido incapaces de tragarse ese sapo y han creído que unas terceras elecciones, por muy malo que fuera su resultado, y aunque hubieran llevado a Rajoy al gobierno igualmente, al menos habrían dejado al PSOE con la satisfacción de no haberse quedado sin la gorra (1)

Y ahora vayamos a la parte enjundiosa de esta crisis, que nos presenta a un PSOE sin liderazgo y con gran parte de su baronía muy tocada. Por los discursos que escuchamos de unos y otros, es como si el dilema que puede salvar al PSOE, de acertarse con la solución, sea el de estar más o menos desplazado hacia la izquierda o, en otras palabras, estar más o menos cerca de Podemos.

A mi modo de ver, lo que le dio vida a la social democracia, lo que la justificó, fue el instalarse entre el gran patrono, paradigma del capitalista, y los trabajadores explotados, reconduciendo los conflictos hacia soluciones negociadas y sin violencia. Gracias a ello se produjo un avance en los niveles de renta de la clase trabajadora y, en cierto modo, se redujo la brecha de la desigualdad.

Sin embargo, cuando años después uno de los contendientes deja de ser un gran patrono, de esos que habitan en un palacete no muy lejos de su fábrica, y pasa a ser un ente sin rostro ni ventanas a las que tirar piedras, que ha conseguido atraer hacia su dinero un poder omnímodo que traspasa fronteras y doblega gobiernos de todos los signos, entonces la socialdemocracia debe pasar a hacer su trabajo de un distinto modo y, lamentablemente, no escuchamos a ninguno de los dirigentes del PSOE hablar de eso.

Hablan de lo que es bueno para España y los españoles, discurso que a nivel teórico todo quisque podría suscribir, pero no dicen – no confiesan – lo difícil que es evitar una llamada del Obama de turno para que modifiques el artículo 135 de tu Constitución. No nos transmiten la confianza de que sean capaces de moverse a nivel internacional, liderando movimientos de control y regulación del capitalismo salvaje, el que ha vuelto a ahondar dramáticamente en la brecha de la desigualdad.

Pues bien, hasta que surja en Europa ese hombre o esa mujer, que sea capaz de atacar el problema en su raíz, y concitar un respaldo global, todo lo demás serán tiritas en una herida muy grave y, quien enrede con las cosas de comer, revolviendo el cotarro dentro de su propia organización, no hará si no complicar aún más las cosas: ¡no habrá ni para tiritas!

 

 

  1. Un aldeano y su hijo fueron asaltados en un camino solitario y sufrieron toda clase de vejaciones por parte de los atracadores, sodomización incluida. Cuando los criminales se fueron dejándolos desnudos y sin blanca, el padre ufano aseveró dirigiéndose a su hijo: ¡Habrás visto que no tuvieron pelotas para quitarme la gorra!

El juego de la gallina

“El juego de la gallina (en inglés: game of chicken) o del montón de nieve (snowdrift) es una competición de automovilismo  o motociclismo  en la que dos participantes conducen un vehículo en dirección al del contrario; el primero que se desvía de la trayectoria del choque pierde y es humillado por comportarse como un gallina. El juego se basa en la idea de crear presión psicológica hasta que uno de los participantes se echa atrás”

No me he molestado, ni tan siquiera, en modificar la redacción que he fusilado de Wikipedia,  me parece un texto muy decente y, a la postre, lo que yo quería no era exhibir mis conocimientos sobre la teoría de juegos, si no reflexionar sobre estos chicos que juegan a la política en España y, si siguen por donde van, se van a estrellar malamente (con nosotros de pasajeros, o al menos nuestros intereses, dentro).

Lo primero que se me ocurre, aunque parezca que con ello me contradigo, es que en el juego que practican nuestros políticos, con el Rey como la típica chica espectacular que da el banderazo de salida a la carrera de locos, no es un juego de uno contra uno, si no de varios contra varios. Además, los desastres que pueden devenir de un “no apartarse nadie” no son parejos ni equilibrados. El daño a padecer como consecuencia del tortazo es desigual e impredecible para cada participante.

También, y es otra de las variantes que tiene este juego para el caso que nos ocupa, es que los coches tienen diversas trayectorias, vagas y zigzagueantes, y no se sabe muy bien quien puede terminar chocando contra quien.

Pensemos en Ciudadanos, con su Sr. Rivera al frente, actuando como si fuera él el anfitrión que no quiere que se estropee la fiesta y hasta quiere involucrar a la chica del banderín. Su vehículo hace rato que viene mandando mensajes, aunque a veces la bocina los contradiga, de que se va a apartar hacia donde sea, con tal de salvar lo que le quede de tipo. Él parece que está enfilando al PP, pero vaya usted a saber.

En potencia instalada, le sigue el Sr. Iglesias de Podemos, con el Sr. Garzón de IU como copiloto, o más bien como lastre en el sidecar. Su tragedia personal es que se le han acabado los disfraces del vestuario y ya no sabe que ponerse que le dé algo de seguridad en la conducción. Maneja un coche al que parece haberle desaparecido el ruido, va silencioso e insinúa con algunos giros que apunta hacia el PSOE.

El segundo de los coches más poderosos lo lleva el Sr. Sánchez del PSOE. Necesidad tiene de llevar un buen motor, porque va cargado hasta los topes de barones y baronesas. Es, quizás, el vehículo que más necesita clarificar quienes son sus contrincantes. Le vendría bien, por ejemplo, que dejara de apuntar hacia él el coche del Sr. Iglesias y que, incluso, se le pusiera en paralelo, aunque claro, aún juntos,  no son lo suficientemente grandes como para asustar al PP. ¡Huy!, si el Sr. Rivera creyese percibir el sutil aroma de la fama emparejándose con estos otros dos.

Y, por último, está el buldócer del PP con el Sr. Rajoy al volante, pero eso de ser un camionazo es solo de apariencia. Tiene la chapa absolutamente corrompida por el óxido y la gasolina negra,  y puede descuajeringarse a los pocos metros de arrancar. Si de él dependiese no arrancaba nunca,  a ver si los demás se mataban entre sí. Es, sin duda, el que tiene la bocina más poderosa y le suena como sonaban los tráileres de antaño anunciando que entraban en una curva por el  puerto de Pajares. Su problema es que no asusta a casi nadie, salvo al Sr. Rivera y, por eso,  el juego puede acabar en tragedia.

Hay más cochecitos por ahí, cruzándose en la trayectoria de los demás, incordiando las más de las veces que, nunca se sabe, igual se alinean con alguno de los otros vehículos,  incluso contra su voluntad aparente.

¡Ah! Se me estaba olvidando, en este juego de la gallina a la española, hay una vía de escape por la que puedes diferir el batacazo unos cuantos meses. La llaman terceras elecciones. ¡Dios – o Alá o Yahveh, o cualquiera de las otras divinidades a las que cada quien quiera invocar –  nos libre!

Solo con que fuera verdad la mitad

Solo con que  fuera verdad la mitad de lo que dicen querer para España, ya tendrían que estar reuniéndose,  para negociar un apoyo conjunto a Pedro Sánchez,  los señores Iglesias y Rivera.

Si como dicen uno y otro,  la presencia de Rajoy al frente de un gobierno, por otros cuatro años, es insoportable. Si,  como también dicen,  que es imposible que el registrador de la propiedad gallego, con plaza en Santa Pola, encabece ninguna regeneración democrática y, mucho menos, una lucha creíble contra la corrupción.

Si además coinciden en que el PP está directamente afectado, no ya algunos militantes – aunque sean muchos – si no el propio partido, con problemas de financiación irregular y uso de dinero negro, y esto es intolerable.

Si ambos, sobre todo uno – el de la coleta – ha suavizado sus tesis sobre la economía española y ya abrazan, al parecer uno con más entusiasmo que el otro – aunque ese otro sea el que ya ha pactado con el PSOE – las ideas de la socialdemocracia.

Si a ninguno se les escapa la conveniencia de aplicar políticas que hagan llegar la recuperación económica a las clases más desfavorecidas, a diferencia de lo que ha hecho el PP

Si Rivera ya ha dicho que estaría dispuesto a derogar algunos artículos de la Ley Mordaza y, también, a apoyar iniciativas que retrasen la aplicación de la LOMCE

Si algunas cosas, como el referéndum catalán, que eran líneas rojas para Podemos ya se han descolorido un poco.

Yo me pregunto.

¿A qué viene ese empeño en  que sea el PSOE el que se desplace hacia la izquierda o hacia la derecha? ¿No es mucho más sensato que quienes le flanquean por ambos lados se muevan hacia el centro?

Si no me equivoco, la suma que dan los escaños de las tres formaciones políticas – Ciudadanos, Podemos y PSOE – supera ampliamente el listón de la mayoría absoluta. Si negociasen un programa de actuación conjunto, con un gobierno encabezado por Pedro Sánchez, con algunos ministros independientes previamente consensuados, podrían los tres partidos desarrollar una labor muy positiva a lo largo de esta nueva legislatura, que todos los españoles les agradeceríamos.

Ya sé que todo suena muy inocente, pero es que soy muy fan de la serie Borgen y en ella una  primera ministra danesa hace verdaderos equilibrios para mantenerse en el gobierno, sacando adelante sus leyes de centro izquierda en un parlamento híper dividido. La recomiendo.

Dos más dos han salido tres, y Rajoy al cielo.

Entre la gente inclinada hacia la izquierda,  que el PP haya recogido tantos votos el domingo, no se entiende. Entre la gente situada más a la izquierda del todo, no se entiende tampoco que el PSOE no se haya hundido definitivamente.

Si el PP ha aplicado una política económica neoliberal y, encima, está salpicado por numerosos casos de corrupción, ¿Cómo es posible que haya quien aún le vote?, se preguntan algunos. Y,  si esos algunos,  son los del ala más a la izquierda del electorado,  la misma pregunta se hace incluyendo al  PSOE.

Y de esas preguntas, de esa perplejidad, se suele extraer dos conclusiones: los votantes de esos partidos son gente inmoral, que van a lo suyo, con un alto nivel de tolerancia respecto de la corrupción o, simplemente, segunda conclusión, son medio tontos.

Como yo formo parte de uno de los paquetes que podría merecer la calificación de tontín o de ser un amoral al que la corrupción se la trae al pairo, voy a defenderme un poco.

El PP – yo nos los voto, o sea que, blanco y en botella  – ha obtenido el 26J siete millones novecientos mil votos, setecientos mil más que el 20D.  Si dejamos a un lado las generales de 1989, año de su fundación, en todas las demás elecciones generales el PP siempre estuvo muy por encima de estas cifras: en los diez millones cómodos tres veces, o muy cerca en otras dos ocasiones. Es decir, por una parte es falso que no se le hayan escapado votantes y, por la otra, quedan esos ocho millones de ciudadanos y ciudadanas, mayores de edad, que es IMPOSIBLE que sean todos imbéciles o corruptos.

Así que, si queremos jugar a los partidos políticos, tenemos que aceptar que, en España, hay más de siete millones de personas que, honestamente, como una buena madre respecto de su hijo,  prefieren creer las explicaciones de Rajoy, o lo que leen en el ABC, o lo que escuchan en TVE1,  que todo lo que pueda decir la Sexta, la Ser o Público.

Y es que tienen creencias, muy legítimas por otra parte, respecto de la gestión económica, la seguridad pública o la moral católica, de las que el PP es un buen valedor; son de talante conservador a fin de cuentas, y confían que este partido  superará sus errores a la hora de controlar a los delincuentes infiltrados y seguirá tirando de la  España que a ellos les gusta,  hacia arriba.

¿Qué queda para que se lo reparta la izquierda, de los veinticuatro millones (o algo más, dependiendo de la abstención) una vez que apartas el lote de Ciudadanos (una especie de limbo en el que reposan los que no se sabe muy bien si van o vienen) y los nacionalismos?: Pues unos diez/once millones de electores.

El resultado es bastante tontorrón: si fragmentas esos diez/once millones en varios trozos, cada trozo será más pequeño, muy probablemente, que lo que logre el PP por sí solo.

En otras palabras, la clave de un eventual éxito de la izquierda lo tiene ella misma evitando su propia fragmentación.

El 20D hubo fragmentación buscada o consentida, el 26 J – cualesquiera que hubieran sido los discursos y los méritos o deméritos de cada quien – la fragmentación siguió ahí y ya conocemos todos el resultado.

Por lo tanto, olvidémonos por un momento del PP y, si dentro de las enormes limitaciones que ha de soportar cualquier política económica, queremos humanizarla un poco y darle un mayor contenido social, ya sabemos lo que toca: no volver a dividir a la izquierda.

Algunos tontinos, dicho sea con cariño porque estoy yo entre ellos, hemos pensado que el eje sobre el cual era más conveniente pivotar el ansiado cambio, lo representaba el PSOE. Otros – a los que no juzgo porque entre ellos hay gente a la que quiero y respeto – quisieron que fuera Pablo Iglesias el líder de la izquierda.

El día 5 de junio publiqué aquí mismo una entrada que titule “Dos más dos no van a ser cuatro” y expuse mis razones. Con lo que ha sucedido el domingo – no puedo decir que me congratulo de haber acertado: el resultado global me disgusta enormemente – ahora llegaría a escribir que dos y dos a duras penas llegan a tres.

https://ataulfoarrospide.wordpress.com/2016/05/06/dos-mas-dos-no-van-a-ser-cuatro

Es imprescindible contar con un buen liderazgo en la izquierda, una izquierda fuerte sin trocear,  y a Pablo Iglesias, por más que le duela a él y a quienes le siguen, se le ha pasado la hora. Su discurso ha perdido una parte de su credibilidad y la euforia, que ha sido el aglutinante o catalizador de la amalgama de grupos que lo sustentan, se ha debilitado un montón.

Lo de Sánchez es harina de otro costal. Sin que me haya enamorado nunca,  tengo que aceptar que ha hecho su trabajo con razonable dignidad. A ver que resuelve su partido. Deben de dejar a un lado las glorias pasadas, las justificaciones que aburren, el protagonismo de tanta baronía, y arremangarse para recuperar el terreno perdido.

En el ínterin sería muy de agradecer que no se vieran absorbidos por sus debates internos y que pasaran a ejercer una oposición responsable. El PP no tiene la mayoría absoluta y habrá muchas oportunidades para forzar decisiones parlamentarias que influyan positivamente en la vida de los españoles. Ese, el haber ejercido una oposición inteligente,  será el recuerdo que nos quede a todos cuando tengamos que enfrentarnos a unas nuevas elecciones generales.

Hágase todo el teatro que se quiera, échense los pulsos que hagan falta, pero de repetirse unas terceras elecciones dentro de pocos meses, el desastre para la izquierda sería mayúsculo.

Una oposición responsable

Al ver que Jordi Sevilla se había referido a esto, después de tener todo el post escrito, estuve a punto de borrarlo. Pero, claro, que yo juego en otra liga y este blog está para que yo me desahogue; así que ahí va:

Supongamos que llega el “sorpasso”,  sólo como hipótesis, que si, que vale,  que el objetivo del  PSOE es ganar, pero igual que te dan instrucciones sobre el chaleco salvavidas en un vuelo entre Asturias y Madrid, por la remota posibilidad de caer en el algún charco grande que pueda existir en la meseta castellana, cosa que nadie espera ni desea que suceda, también hay que tener estudiada la reacción más adecuada para un caso de catástrofe aéreo-electoral.

En el debate a cuatro vimos a Pablo Iglesias, mohíno, cariacontecido, melodramático, cuando Pedro Sánchez le atacaba – no, no… Pedro,  te equivocas de adversario – lo que enlaza con el mensaje machacón  que se traen los de Unidos Podemos de que sus votantes, y los del PSOE, lo que quieren para España, después del 26J, es un gobierno de coalición progresista entre ellos.

Bueno, pues si hay “sorpasso”,  yo soy un eventual votante del PSOE que no piensa así y que no aconsejaría NUNCA el formar parte de un gobierno de coalición con Unidos Podemos (más las confluencias, más Compromís, más en Común Podem, más en Marea…), aunque cedieran la Presidencia y un montón de sillones: sería agotador lidiar con ese carajal.

Porque creo que es el momento de desmontar una gran falsedad: No es cierto que solo haya dos opciones para el PSOE entre las que elegir el próximo 26J –  la derecha con el PP o la izquierda con Pablo Iglesias –  hay una tercera opción que es la más sensata de todas si se diera el adelantamiento: los socialistas dispuestos a  ejercer una oposición responsable en el Parlamento y posibilitando – dándoles los votos necesarios – que Unidos Podemos se haga con el gobierno.

Para los que piensen como yo la cantinela de que votar Unidos Podemos es como votar PSOE porque, en última instancia, van a gobernar juntos, no cuela, no funciona. Si se vota a Unidos Podemos se elige el ser gobernado exclusivamente por ellos, con un control parlamentario muy duro y complicado, pero ellos solos en el Gobierno. Y si se vota al PSOE tanto de lo mismo, pero sabiendo que no entrarán en componendas.

Es más, a mí me encantaría – creo que sería muy clarificador – que tanto Sánchez como Iglesias dijesen que el pacto entre ellos se limitaría a dejar que gobierne la lista que tenga mayor apoyo parlamentario de entre ellos y, punto. Y si no los dos, Sánchez al menos (sin volver a lamentar la falta de apoyo de Podemos a su investidura; resulta cansino).

Ni que decir tiene que en todo aquello que tuviera connotaciones sociales, en línea con lo que defiende el PSOE, si gobierna Unidos Podemos,  habría que apoyarles. Sin embargo, si se desplazan por los procelosos territorios del nacionalismo independentista, o rescatan algunos de los tics ideológicos que ahora disimulan, pues entonces NO.

A pesar de lo que “glayan” todos los políticos, los márgenes de actuación en política económica son muy estrechos.  No es fatalismo ni resignación cristiana, son los hechos. Y como salga adelante lo del Brexit vamos a tener una legislatura muy complicada hasta que todo se recomponga. Lo que si puede haber – y esta es una expresión que no tengo empacho en tomarla del Pablo Iglesias del debate – es que en esa macroeconomía, en esos números, pasen a estar incluidas las personas. Eso el PP no ha sabido hacerlo.

Los viejos y el bipartidismo

Esta mañana un politólogo, hablando de su libro por la radio, hacía hincapié en el componente generacional que había detrás de las decisiones políticas que tomábamos los ciudadanos. Hasta ahí, y en la medida de que eso es lo que parecen decir las estadísticas – abundamos los viejos votando a  los partidos tradicionales y es más cosa de jóvenes el votar a los nuevos – nada que objetar.

La cosa empezó a torcerse cuando lo quiso razonar ya que, en su opinión, la juventud actual está más informada, tiene un nivel de estudios más alto y se mueve por las redes sociales con mayor habilidad que los viejos, que estamos menos al loro – ¿está esa expresión en uso? – con una educación escolar más pobre y torpes,  donde los haya,  con las nuevas herramientas de comunicación.

Y remataba – con otras palabras, pero diciendo básicamente lo mismo – aseverando que lo que le fallaba – o le había fallado – a su partido (tenía o había tenido algún cargo en el PSOE) era el no haber sabido adaptarse a esa circunstancia y no haber conseguido una mejor conexión con la juventud.

Yo no puedo estar más en desacuerdo y, si ese es el diagnóstico que comparten algunos de los suyos, las soluciones al problema de desafección que padece ese partido no serán eficaces.

Empezaré por decir que, desde la modesta atalaya desde la que yo veo el mundo que me rodea, se de muchos viejos con mi mismo pensamiento político, con un nivel cultural aceptable, formación académica de primer nivel y, eso sí, es lo único que acepto, tienen los pulgares más torpes que sus nietos para escribir whatsapps.

Y en sentido contrario, sin negar nada en cuanto a educación (aunque las despedidas de soltero que se celebran por Gijón me rompen todos los esquemas) o habilidades telemáticas de lo que decía el tertuliano de esta mañana, lo que si veo es que a muchos jóvenes – y no tan jóvenes – les pueden más las tripas que la cabeza.

Vamos a ver: el bipartidismo no es una opción, es una consecuencia. Desde el principio de la democracia hubo una amplia gama de opciones políticas, pero sólo dos (mejor solo una, porque la que representaba a la derecha viajó desde UCD, transitó por AP, recaló en el PP) consiguieron un respaldo suficiente para poder gobernar a nivel nacional.

Y lo que pasa es que algunos, por ejemplo yo, creemos que la opción que elegimos en 1977 sigue siendo válida hoy. En otras palabras, el bipartidismo no se busca – nunca sabes cuantos ciudadanos coincidirán contigo – solo surge. Y, si por descubrir que hay muchos que están cambiando de carril, al resto  le apetece seguirlos, pasaríamos del bipartidismo A al bipartidismo B sin ninguna garantía de que no termine siendo todo más de lo mismo.

¿No será que a bastantes de los viejos SÍ nos está dando para vivir con las pensiones y con los ahorros de una etapa de trabajo más fácil que la actual – estamos más intranquilos por nuestros descendientes que por nosotros mismos – y los jóvenes, sin embargo,  no ven nada claro su futuro y lo que les pide el cuerpo es dar un puñetazo encima de la mesa?

¿Cómo se puede recoger esa rabia, esa indignación, esa angustia, y tratarla con respeto, sin eslóganes facilones, informando – no es lo prioritario la herramienta de comunicación si no el  mensaje – sin trampas ni florituras dialécticas del QUÉ, el CÓMO y el CUÁNDO de las posibles soluciones?

Porque, y ahí si le doy la razón al tertuliano – pido disculpas por la demagógica mención a l@s muchach@s con el pollón de latex en la cabeza – la juventud no es tonta, saben separar muy bien el grano de la paja, y comprenderán y aceptarán  los modos y los tiempos que reclama el acabar con un problema complejo,  si se les explica bien. Si se tiran al monte ideológico es porque no acaban de ver claro la utilidad de acompañar a los que proponen seguir yendo por el valle.

Porque los jóvenes piensan que, puestos a quedarse igual, por lo menos dejar patente su cabreo en las urnas.

Por lo tanto, la losa que tiene que levantar El PSOE no es la de la falta de habilidad para conectar con la juventud. La losa que el PSOE lleva encima es  la de haber estado demasiado cerca de quienes incendiaron la economía española y arrastraron a tanta gente joven al infortunio, y eso es un recuerdo muy reciente que se sobrepone a  todos los discursos sobre glorias pasadas.

¿Fue ese un pecado que merece un castigo a perpetuidad? ¿Fue la desgracia de estar en el lugar equivocado a la hora equivocada en aquella aciaga noche del 22 de agosto de 2011?

Pues ese es el perdón que hay que lograr de la ciudadanía menor de 45 años si se quiere levantar cabeza. Con honestidad intelectual y sin miedo a llamar a las cosas por su nombre.

NOTA FINAL: No he leído el libro que se menciona al principio; igual se su texto completo se infiere algo diferente a lo que yo escuché (o creí escuchar). Me alegraría.

Acuciado por el hambre…

… de escribir, que llevo algunas semanas apartado del blog y a esto hay que aplicarse con la voluntad de quien necesita del ejercicio neuronal tanto o más que del físico.

El problema está en el temario: estoy como una leona con responsabilidades familiares desconcertada ante tanta cebra rayada. No sé por dónde empezar; las noticias se amontonan y se repiten. Sobre todo eso, se repiten. Si dependiese de la primera tentación cerraba este archivo sin clicar la opción de guardar, pero…  ¿y la disciplina? ¿Y la salud mental que nos regalamos los viejos usando el cerebro para algo más que ver la tele?

Me voy a esforzar. Vamos allá.

Sobre la undécima y el apasionado amor a Madrid de CR ya me desahogué y,  del sorpasso en la  izquierda –   y la posible sorpresa  para algunos de que no lo haya –  también. Y sobre los amoríos entre el PP y la UCO o la UDEF, no me pide el cuerpo extenderme porque, ¿para qué?;  ya estamos todos muy hartos y, además, no sirve para nada, que los votantes de ese partido son como una madre cegada por el amor filial que no se cree, por muchas pruebas que le muestren, que su hijo sea un ladronzuelo multireincidente.

Y tampoco va a ser cosa de hablar de nuevo sobre Otegui, el Mandela blanco para algunos, que si los de Podemos acudieran al pasado para rescatar colores y cal-ores – como hicieron con Felipe González – a éste campeón de la equidistancia entre el que pega el tiro y quien lo recibe, le tocaba más el gris humo de los coches chamuscados que ningún otro.

Y, ¡no, por dios! de Venezuela, no. Que aunque el Iglesias y sus chicos no sean santos de mi devoción yo sé, o yo me creo, que no nos van a traer, aunque ganen el 26.6 y lo intenten – que no lo intentarán que no son tan tontos –  aquel modelo de vivir. Y que si Maduro está como una chota no olvidemos que con el dinero que muchos “patriotas” venezolanos tienen,  de antiguo,  escondido fuera,  habría para abarrotar de papel higiénico,  de tres capas y sedosa textura, todos los supermercados de Sudamérica.

Lo más actual, aunque no,  podría ser la lucha callejera de los okupas del Banc Expropiat, esos chicos y chicas que, aparentemente,  dan clases de tai-chi por las mañanas y queman contenedores por las tardes. Si es que unos y otros son los mismos, que igual no lo son y tienen distintas afiliaciones y objetivos: unos, los de las mañanas,  tienen vocación social y a otros, los de las tardes,  les encanta romper escaparates y armar bulla. Y, enfrente, porque es una derivada inevitable de afrontar los problemas a la tremenda, los mossos d’esquadra, entre los que hay unos cuantos gozosos de soltar toletazos a diestro y siniestro.

Y,  ya casi para acabar, confieso que me preocupa hablar del PSOE. Tienen, a mi modo de ver, toda  la legitimidad para administrar entre nosotros un sentido de la vida, una ideología, la socialdemocracia  (vayan a Wikipedia los que quieran saber más, sin esforzarse mucho, sobre este pensamiento político) que, más que probablemente, recoge los afanes de la mayoría de los españoles, pero parece que ni ellos mismos se lo creen. Así es muy difícil que convenzan a suficientes votantes. ¡Si al menos se mantuvieran callados algunos de sus insignes barones!

La verdad es que después de tantos descartes se me han quitado las ganas. Lo intentaré otro día.

Dos más dos no van a ser cuatro

Hoy se ha publicado el último Barómetro del CIS y muchos periodistas se han apresurado a sumar a  los datos de Podemos y sus Confluencias los que corresponden a IU concluyendo, la suma es fácil de hacer, que lo que hay a la izquierda del PSOE conseguiría más votos que el PSOE mismo en las elecciones generales por venir.

Lo que, dicho de otra manera, supone que el liderazgo de la izquierda cambiará de manos y que las expectativas de un futuro Gobierno de izquierdas,  con Podemos al frente,  serán muy elevadas.

Desde mi atalaya casera yo he venido viendo a Podemos como pasaba de representar a todos los damnificados por la crisis, como un banderín de enganche para los indignados, crisis de la que era culpable todo el sistema político nacido en la transición, donde no había ni izquierdas ni derechas, solo un pueblo castigado y  una casta inmisericorde, a autoproclamarse los verdaderos herederos de las esencias socialistas, socialdemócratas donde los hubiera, incluso con ex-generales en sus filas.

Con el primer planteamiento, el de nosotros somos el remedio contra la perniciosa casta, alcanzaron un éxito sorprendente en las elecciones europeas de 2014. Insistiendo con esa receta, y viendo como las encuestas los llevaban en volandas, la matizaron exhibiendo su cara más amable y, como no podía ser menos, despreciaron olímpicamente cualquier alianza con una Izquierda Unida que no dejaba de ser un lastre.

Sin embargo, y a pesar del éxito incontestable que supuso obtener más de cinco millones de votos el pasado 20 de Diciembre, Podemos no llegó a tocar el cielo como confiaban.

Durante los últimos cuatro meses Podemos se ha ofrecido a una muy importante exposición pública, con habilidades dialécticas muy aplaudidas en las tertulias televisivas o en los mítines y asambleas, pero menos entendidas cuando el foro pasó a ser el propio Congreso de los Diputados.

En este breve periodo de tiempo hubo muchos gestos y mensajes por parte de Podemos. El objetivo aparente era el  entrar en el poder de una forma sustantiva,  mandando tanto o más desde la segunda posición  que lo que pudiera conseguir el que estuviese en la primera. ¿Por qué digo aparente? Porque todos los gestos y mensajes estuvieron orientados a ponérselo imposible al PSOE.

Y ahora, con  la mirada ya puesta en las siguientes elecciones, Podemos no tiene empacho en destapar alguna de las esquinas de su alfombra dejando ver, entre otras cosas que mucha gente no aprueba, su capacidad para entender algunas de las cosas odiosas del independentismo vasco de izquierdas. Hay que pescar donde haya peces, no importa cuales.

Es decir, el Podemos que irá a las urnas el 26 de Junio de 2016 – incluso sin Izquierda Unida – ya no es el que se presentó a las últimas Elecciones Generales. En los últimos meses han enseñado demasiado la patita, y ya no les basta el blanqueársela con harina. Necesitan reposicionarse para recuperar el terreno que presumen perdido.

Y es entonces que deciden que ha llegado el momento de ponerse a sumar y aceptar que, quizás, y manejándolo bien, que para eso son muy buenos comunicadores, el millón y pico de votos de Izquierda Unida, metido en la coctelera del Sr. d´hont, les puede dar el definitivo empujón hacia la gloria.

¿Qué creo yo, que para eso he titulado esta entrada al blog como lo he hecho?  Pues que algunos votantes, sobre todo de los que se indignaron por ósmosis (los menos castigados en sus propias carnes), o los que desearon de buena fe que entrara algo de aire fresco en el panorama político español, pero sin ninguna radicalidad izquierdista, se dirán que no ven en el nuevo Podemos nada distinto a lo que representó Julio Anguita. Por mencionar a alguien que siempre me inspiró respeto, pero que nunca superó el once por ciento de los votos en unas elecciones generales.

Evidentemente, ser lo mismo que fue Julio Anguita a mediados de los noventa del siglo pasado es una buena baza para los tiempos que corren. Ya fuera porque subsiste un gran poso de justificada indignación y resentimiento o porque “procure siempre acertalla, pero si la acierta mal…,  sostenella  y no enmendalla”, lo cierto es que hay que aceptar que aquel once por ciento de Julio Anguita se verá substancialmente superado. Pero,  ¿tanto como para desbancar al PSOE? ¿Tanto como para conservar  a los votantes que han creído descubrir en Podemos que no son muy diferentes a los demás partidos?

Yo ya he dado mi opinión: dos más dos no van a ser cuatro.