Los viejos y el bipartidismo

Esta mañana un politólogo, hablando de su libro por la radio, hacía hincapié en el componente generacional que había detrás de las decisiones políticas que tomábamos los ciudadanos. Hasta ahí, y en la medida de que eso es lo que parecen decir las estadísticas – abundamos los viejos votando a  los partidos tradicionales y es más cosa de jóvenes el votar a los nuevos – nada que objetar.

La cosa empezó a torcerse cuando lo quiso razonar ya que, en su opinión, la juventud actual está más informada, tiene un nivel de estudios más alto y se mueve por las redes sociales con mayor habilidad que los viejos, que estamos menos al loro – ¿está esa expresión en uso? – con una educación escolar más pobre y torpes,  donde los haya,  con las nuevas herramientas de comunicación.

Y remataba – con otras palabras, pero diciendo básicamente lo mismo – aseverando que lo que le fallaba – o le había fallado – a su partido (tenía o había tenido algún cargo en el PSOE) era el no haber sabido adaptarse a esa circunstancia y no haber conseguido una mejor conexión con la juventud.

Yo no puedo estar más en desacuerdo y, si ese es el diagnóstico que comparten algunos de los suyos, las soluciones al problema de desafección que padece ese partido no serán eficaces.

Empezaré por decir que, desde la modesta atalaya desde la que yo veo el mundo que me rodea, se de muchos viejos con mi mismo pensamiento político, con un nivel cultural aceptable, formación académica de primer nivel y, eso sí, es lo único que acepto, tienen los pulgares más torpes que sus nietos para escribir whatsapps.

Y en sentido contrario, sin negar nada en cuanto a educación (aunque las despedidas de soltero que se celebran por Gijón me rompen todos los esquemas) o habilidades telemáticas de lo que decía el tertuliano de esta mañana, lo que si veo es que a muchos jóvenes – y no tan jóvenes – les pueden más las tripas que la cabeza.

Vamos a ver: el bipartidismo no es una opción, es una consecuencia. Desde el principio de la democracia hubo una amplia gama de opciones políticas, pero sólo dos (mejor solo una, porque la que representaba a la derecha viajó desde UCD, transitó por AP, recaló en el PP) consiguieron un respaldo suficiente para poder gobernar a nivel nacional.

Y lo que pasa es que algunos, por ejemplo yo, creemos que la opción que elegimos en 1977 sigue siendo válida hoy. En otras palabras, el bipartidismo no se busca – nunca sabes cuantos ciudadanos coincidirán contigo – solo surge. Y, si por descubrir que hay muchos que están cambiando de carril, al resto  le apetece seguirlos, pasaríamos del bipartidismo A al bipartidismo B sin ninguna garantía de que no termine siendo todo más de lo mismo.

¿No será que a bastantes de los viejos SÍ nos está dando para vivir con las pensiones y con los ahorros de una etapa de trabajo más fácil que la actual – estamos más intranquilos por nuestros descendientes que por nosotros mismos – y los jóvenes, sin embargo,  no ven nada claro su futuro y lo que les pide el cuerpo es dar un puñetazo encima de la mesa?

¿Cómo se puede recoger esa rabia, esa indignación, esa angustia, y tratarla con respeto, sin eslóganes facilones, informando – no es lo prioritario la herramienta de comunicación si no el  mensaje – sin trampas ni florituras dialécticas del QUÉ, el CÓMO y el CUÁNDO de las posibles soluciones?

Porque, y ahí si le doy la razón al tertuliano – pido disculpas por la demagógica mención a l@s muchach@s con el pollón de latex en la cabeza – la juventud no es tonta, saben separar muy bien el grano de la paja, y comprenderán y aceptarán  los modos y los tiempos que reclama el acabar con un problema complejo,  si se les explica bien. Si se tiran al monte ideológico es porque no acaban de ver claro la utilidad de acompañar a los que proponen seguir yendo por el valle.

Porque los jóvenes piensan que, puestos a quedarse igual, por lo menos dejar patente su cabreo en las urnas.

Por lo tanto, la losa que tiene que levantar El PSOE no es la de la falta de habilidad para conectar con la juventud. La losa que el PSOE lleva encima es  la de haber estado demasiado cerca de quienes incendiaron la economía española y arrastraron a tanta gente joven al infortunio, y eso es un recuerdo muy reciente que se sobrepone a  todos los discursos sobre glorias pasadas.

¿Fue ese un pecado que merece un castigo a perpetuidad? ¿Fue la desgracia de estar en el lugar equivocado a la hora equivocada en aquella aciaga noche del 22 de agosto de 2011?

Pues ese es el perdón que hay que lograr de la ciudadanía menor de 45 años si se quiere levantar cabeza. Con honestidad intelectual y sin miedo a llamar a las cosas por su nombre.

NOTA FINAL: No he leído el libro que se menciona al principio; igual se su texto completo se infiere algo diferente a lo que yo escuché (o creí escuchar). Me alegraría.

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