Esto es tan duro como salir del armario

Tengo que confesar mi pecado. No puedo seguir ocultándolo. Es muy difícil ser el diferente, el rarito, pero, yo, no voy a votar a Podemos.

Hago pública confesión de mi estulticia y de mi ceguera. Yo no lo veo. O no los veo. O si los veo, pero no los veo como los ven otros. Cuando las encuestas dicen que pueden llegar a ganar incluso en plazas en las que aún no se sabe si se van a presentar, mi estulticia me impide entender como hay alguien que cuelga su abrigo de una percha que todavía no existe.

Podemos es una idea mágica que convierte en buenos gobernantes a un grupo de bien intencionados profesores universitarios. Como para el equipo hacen falta once jugadores y un portero, ya se ven por ahí haciendo equilibrios ideológicos a más de uno, a ver si le aceptan en  la plantilla, aunque sea de utillero.

Yo sentiría, si los votase, que elijo en un casting a alguien que nunca hizo nada respecto de otros que si hicieron algo, aunque se hubieran equivocado a veces. Es como despreciar a Burt Lancaster porque protagonizó alguna mala película y comprometerse a ver, durante cuatro años, los cortos de un perfecto desconocido.

Y no me busco otros argumentos para no beberme de ese vino que tanto éxito parece tener. No me tienta rescatar el pasado más o menos impertinente de algunos, ni blandir sus hipotéticas pifias administrativas. Yo, eso, se lo perdono todo. Es más, no tengo ningún empacho en adjudicarles la más pura de las honestidades. Puras vírgenes.

Y tampoco me creo, ni me asusta, el posible vacío internacional que pudiera hacérsenos si Podemos pasase a gobernar. No los veo, en la España de 2015, haciendo patochadas a lo Madero. Son listos y se acomodarían a las circunstancias dominantes y explicarían, como hacen todos, por qué tuvieron que construirse un barquito de papel con el programa electoral.

Ahora bien, en sentido contrario me repatea esta corriente hiper-mega-super clarividente que nos convierte en mafiosos, o tontos del culo, a los que no nos subimos a este carro de opinión dominante. Que vale, que ya sabemos que Zapatero fue un iluso y cambió la constitución en 24 horas y que la estrategia de comunicación de Pedro Sánchez parece más orientada a vender un nuevo disco que acabara de sacar, que a recuperar la confianza en el PSOE.

Pero hay por ahí una musculatura y una cohesión de miles de militantes que terminarán por sobreponerse a los impacientes, a los que cambian de carril creyendo que llegarán antes.

Y, para terminar, Bastaría comparar a Susana Díaz con Dolores de Cospedal para comprender que, la equiparación PP/PSOE que tanto le gusta a la gente de Podemos (y a su perplejo y desplazado hermano mayor IU) es una soberana tontería.

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