La eficiencia alemana

Hace unos pocos días se conmemoró, con la  solemnidad que se merecía, el septuagésimo aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. Los telediarios cubrieron ampliamente el evento y, confieso, que lo estaba viendo todo sin sentir un especial impacto emocional.  Súbitamente, algo cambió cuando oí a un locutor mencionar una cifra.

Por razones de mi viejo oficio, las cifras suelen ponerme en guardia. A otros los espabilan los perfumes o los colores, a mí las cifras. Es más, tengo un cierto entrenamiento para valorar la plausibilidad de un dato numérico y pillo, muy a menudo, errores de bulto porque, incluso sin proponérmelo, visualizo inmediatamente un ejemplo de lo que esa cifra pudiera significar si no fuera acertada.

En el caso que nos ocupa, la cifra que me puso en guardia fue la del pavoroso número de cremaciones que se podían llegar a hacer en un solo día en aquel campo de exterminio: varios miles.

Y no pude evitarlo. Empecé a pensar en el complicado esfuerzo logístico que supone trasladar todos esos cuerpos al lugar de cremación, aprovisionarse de las cantidades de combustible necesarias, eliminar las cenizas – cerrando los ojos me vinieron a la mente las pilas de escombros en la cuenca minera – o mantener los equipos plenamente operativos;  y, poco a poco, empecé a ver a grupos de ingenieros diseñando las máquinas más eficaces, a imaginar esplendidas salas, bien iluminadas, en las que unos cuantos delineantes,  de bata blanca, dibujaban los planos que habrían de guiar la fabricación.

También vi espaciosas estancias  en las que,  decenas de empleados y empleadas, en un pulcro y aséptico ambiente, escribían cartas y lanzaban pedidos a los distintos suministradores de todo el material necesario. Gente que se daría un respiro, de vez en cuando, para tomarse un café y cotillear un poco.

Husmeando por internet, pillé este informe de construcción de 1943, relativo a Auschwitz:

Aprovechamos para mencionar otro pedido del 6 de marzo de 1943 de una puerta estanca 100/192 para la Leichenkeller 1 de Krema III, Bw 30a, que debe instalarse siguiendo el procedimiento y medidas de la puerta de sótano del Krema II, con una escotilla con cristal doble de 8 milímetros enmarcada con goma. Este pedido ha de ser considerado urgente…”

Sin olvidar la complicada gestión del personal implicado, los “sonderkommando” encargados del trabajo de campo, a pie de obra, con un altísimo nivel de «rotación».

Pensado en todo esto no concluí que la cifra escuchada en el telediario fuera errada. Era perfectamente factible si, como cabía esperar, para los gestores de aquel plan de eliminación, aquello no era más que un proceso industrial sometido a las reglas del diseño y la planificación, al método y a la disciplina presupuestaria,  y al incuestionable  rigor que reclama todo trabajo bien hecho.

Vamos, algo que de haberse intentado por alguno de estos países del Sur,  los que han vivido por encima de sus posibilidades y  en los que impera la desidia y la irresponsabilidad  – y en donde todo se cuestiona sin el más mínimo respeto a la autoridad establecida –  no le hubiera llegado, en productividad, ni a la suela de los zapatos.

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