Pero sus estridentes ladridos solo son señal de que cabalgamos.

Esta frase, oída muchas veces como “Ladran Sancho luego cabalgamos” – cuando en verdad procede de un poema de Goethe, el Labrador,  pues no hay rastro de ella en El Quijote – viene al caso para celebrar el arrojo de Pedro Sánchez, entre los ladridos de oponentes políticos, algunos colegas de partido y bastantes tertulianos.

Es lo que le tocaba, no había otra. Y yo le diría lo que dicen los entrenadores de los equipos modestos a sus jugadores cuando se enfrentan a uno de los grandes: tú preocúpate de hacer tu juego como sabes hacerlo y no pienses en lo que esté tramando el contrario.

Porque, es evidente, que Pedro Sánchez tiene que saber hacer su juego, aviados estábamos si no, que la cosa no va de hacerse con el Gobierno solo porque sí, que ejemplos hubo de coaliciones de mal recuerdo, como el tripartito catalán, sino que, de lo que se trata, es de llegar a gobernar con solvencia y estabilidad.

El PP – cuya cúpula, de ser yo uno de sus militantes, sacaría de la sede a gorrazos – repite insistente,  y patéticamente, que es el partido ganador, siendo que 227 escaños del Parlamento, contra sus 123,  están representando a la gente que quiere que deje de gobernar. De entre esos 227 diputados es cierto que hay unos pocos que no son buena compañía, el coincidir con ellos en rechazar a Rajoy no aporta mucho, pero quedan aún 200 escaños largos con los que, a nivel teórico, se puede fabricar un buen menú de gobierno.

Y por eso Pedro Sánchez va a hablar con los portavoces de esos 200 parlamentarios y va a oír de todo. Con todas las cartas puestas sobre la mesa, los españoles vamos a saber quién está realmente interesado en alcanzar un gobierno para el cambio, o está detrás de otras cosas.

Y ahí está la gran baza de Pedro Sánchez: si juega bien su partida, y a todos se nos permite seguir el juego desde detrás de cada participante, viendo qué tipo de obstáculos hay para lograr un acuerdo, y quien los pone, es posible – me temo que hasta probable – que Pedro Sánchez no salga elegido Presidente de esta. Pero no debiera de importarle, es más, habría de apartar de su lado y desoír a los compañeros de partido que estuvieran dispuestos a vender la primogenitura por un plato de lentejas, que lo que lo reforzará como un buen candidato para la siguiente tanda – abriendo nuevas  expectativas para el PSOE – será su decencia política y su honestidad intelectual, que eso es lo que nos inspira respeto a los ciudadanos.

Yo confieso que no estoy enamorado de Pedro Sánchez, políticamente hablando, se entiende, pero es el que está ahí en un momento muy delicado para sus siglas políticas. Aquellos de sus colegas que estén pensando en moverle la silla se lo tendrían que pensar dos veces. Si hay que ir a unas nuevas elecciones y el PSOE se pone a jugar con el banquillo lo vamos a pasar muy mal.

Sin embargo, si se hacen las cosas bien, hasta puede que algún líder, de esos que ansían ocupar el espacio socialista – no quiero señalar a nadie –  deje a un lado su obsesión por el sorpasso (o se vea obligado a ello cuando de entre sus marcas surjan voces disonantes).

 

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